No es poco frecuente que asistan a nuestra consulta niños que han sufrido accidentes, la muerte sorpresiva de un ser querido, un robo, asalto, una agresión o cualquier evento único importante que ha afectado tanto al niño como a la familia. Para entender cómo ayudarlos, es recomendable saber algunos aspectos en relación al impacto que genera en los niños y cómo detectar si la situación les está provocando estrés o ansiedad. Lo primero que debemos entender es que los niños, especialmente los más pequeños, son más vulnerables y sensibles que nosotros los adultos, ya que generalmente no han desarrollado aun suficientes herramientas de afrontamiento al estrés y necesitan del apoyo y presencia de sus padres para sentirse seguros y contenidos. Cuando los niños viven una situación traumática entendiéndose como un evento que amenaza su integridad física, psicológica o sexual, lo primero que se pierde es la necesidad de seguridad y control, aspectos básicos para la supervivencia.
Por lo tanto, es normal que el impacto genere desde un inicio emociones como el miedo, la tristeza, la culpa, la confusión y/o negación de lo ocurrido. La mejor manera de ayudarlos es mostrando aceptación y validación por sus sentimientos, asegurarle que ahora está a salvo y mantener las normas de disciplina, cosa que vaya recuperando la sensación de seguridad. Es normal que posterior al evento traumático observe cambios en el sueño, puede dormir mal, tener pesadillas, no querer dormir solo, etc. Es importante que si le sucede esto dar un espacio para hablar de lo sucedido, por ejemplo si fue un accidente automovilístico puede preguntarle qué recuerda y si no logra recordar, pueden ir juntos reconstruyendo la historia. De esta manera se puede ir recobrando un sentido de normalidad. También es frecuente, especialmente en los más chicos, que se sientan culpables pensando que lo que les sucedió es porque son “malos”. Si detectan esto aclaren inmediatamente que no es “malo”, que esto no es un castigo sino algo que le pudo haber sucedido a cualquiera. El miedo también es una emoción normal en estos momentos, y generalmente los niños comienzan a evitar todo lo que les recuerde al evento, por ejemplo si fue un choque, subirse a los autos puede ser complicado. Para ayudarlo deberá incentivarlo paso a paso a enfrentar estas situaciones para ir volviendo paulatinamente a las rutinas normales. Otra situación muy común es que actúe como si fuera más pequeño, como pedir que nunca los dejen solos, orinarse en la noche, hacerse los enfermos, pedir que los vistan o les den el alimento en la boca. Si esto ocurre deberán seguir tratándolo como la edad que tiene, pero aceptando que se encuentra afectado y que no es maña, ya que de lo contrario harán que se sienta más vulnerable, inseguro o que él tiene algo malo.
Todo lo que se ha mencionado son conductas esperables, normales y que con un manejo adecuado de los padres y el entorno, y si no hay antecedentes previos de problemas de ansiedad, debieran ir disminuyendo lentamente en la medida que se restaura el sentido de seguridad. No obstante, si ya ha pasado un mes y observa que se mantienen los siguientes síntomas, le aconsejamos consultar a especialistas en salud mental, ya sea un psicólogo o psiquiatra infantil:
– Revivencia del evento traumático en el juego en donde repite una y otra vez la misma dinámica de juego, pesadillas repetidas, flashbacks o conductas disociativas.
– Retraimiento social, expresión de una gama restringida de afectos, pérdida habilidades adquiridas anteriormente, excesiva constricción en el juego.
– Síntomas de excitación acrecentada como terrores nocturnos, dificultad para irse a dormir, repetido despertar nocturno, dificultades de atención, hipervigilancia, sobresalto.
– Síntomas de miedo o agresividad no presentes antes del acontecimiento traumático: ej. Agresión a los pares, ansiedad de separación, etc.
Como pueden observar, lo importante es detectar si la intensidad de la respuesta al trauma es muy fuerte e invalidante y/o si los síntomas duran más tiempo de lo habitual, en donde los criterios diagnósticos (DSM-V) consideran el trascurso de más de un mes para que sea considerado como estrés postraumático y puede presentarse desde el primer año de vida. Si es que esa es la situación, les informamos que la terapia de EMDR ha demostrado altos índices de efectividad frente a este trastorno, por lo cual lo recomendamos como primera línea de tratamiento.