Como psicólogas infantiles, nos hemos dado cuenta que no es menor el número de padres que llegan a consultar por problemas de conducta en sus niños, o por dificultades en el rendimiento escolar. Al indagar más sobre la familia y su mundo, nos percatamos de la presencia de un factor agravante: violencia intrafamiliar entre los padres. En general, los niños nos ocultan esta información para protegerse a sí mismos y a quienes más quieren, y son los mismos padres u otras personas quienes nos cuentan lo que está sucediendo. Es por eso, que en este artículo queremos abordar las consecuencias que tienen para los niños ser testigos de violencia, tanto física como psicológica, y cuáles son las primeras acciones que debemos realizar para protegerlos.
Se denomina víctima indirecta a los niños que presencian violencia dentro del hogar, lo cual afecta su desarrollo emocional y social, pudiendo generar un trauma. Para lo niños, el ser testigos de situaciones violentas puede implicar haber visto situaciones de agresión física o sexual, haber oído amenazas, peleas o gritos desde otra habitación, observar los rastros de la pelea (sangre, objetos rotos, heridas) o ser espectadores de la tensión, culpa y miedo que queda rondando por la casa. Todo lo anterior, genera en los niños constantes sentimientos de temor, y de ansiedad por no contar con un ambiente predecible, ya que en cualquier momento se podrían ver expuestos a situaciones peligrosas.
Por lo tanto, ser testigos de violencia dentro de la familia, puede generar consecuencias en distintos niveles: emocionales y comportamentales, cognitivas y de actitudes, y finalmente también consecuencias a largo plazo.
Las consecuencias emocionales y comportamentales, se relacionan directamente con la expresión de la rabia tanto hacia otros como a sí mismos. Lo anterior se puede observar en dos polos, en uno de ellos el niño no tiene control de la rabia y simplemente actúa frente a los otros, golpeando, pateando o teniendo otros comportamientos agresivos. En el otro polo la energía agresiva se vuelca hacia uno mismo, como por ejemplo producirse dolores de cabeza y de estómago, lastimarse a sí mismo, arrancarse el pelo, dejar de hablar o retraerse. Del mismo modo, se ha visto que los niños que presencian violencia en sus familias presentan indicadores más frecuentes de problemas de ansiedad, autoestima, depresión y temperamento. Del mismo modo, también pueden presentar dificultades en ponerse en el lugar del otro, y poder analizar situaciones desde otra perspectiva. A su vez, los niños van desarrollando una sensación de desesperanza aprendida, es decir creen que las situaciones que ocurren a su alrededor no van a cambiar.
Las consecuencias a nivel cognitivo y actitudinal se relacionan en que sus capacidades atencionales también se pueden ver alteradas, ya que se encuentran constantemente en un estado hiperalerta o bien se “desconectan“ de la realidad, utilizando la imaginación como un medio escape. No obstante, en los distintos estudios de violencia, no se ha observado una mayor diferencia en el área académica entre los niños testigos de violencia y los que nunca la han presenciado. Por otro lado, se ha encontrado una diferencia significativa relacionada con su actitud frente a la resolución de problemas. En general, se ha observado que niños que han sido testigos de violencia tienden a justificar sus propias conductas agresivas o a normalizarlas.
Respecto a las consecuencias de largo plazo, los distintos estudios señalan que el mejor predictor que los niños serán victimas de maltrato o maltratadores es que hayan vivenciado tempranamente violencia en sus casas. Los niños que crecen en familias en donde se ha utilizado la agresión, aprenden desde un inicio el uso de ésta para resolver los conflictos. Sin embargo, es importante mencionar la resiliencia como un factor protector, la cual consiste en la capacidad de la persona para recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro, y desarrollar recursos debido a dichos acontecimientos. Por ejemplo, hay niños, que han sido resilientes y que en su vida actual y de adultos se oponen firmemente a la violencia.
Para favorecer la resiliencia y proteger a nuestros niños, hay ciertas acciones básicas que debemos realizar para situaciones de violencia en la casa:
La primera de ellas, es saber que los niños tienen el derecho de vivir en un hogar en donde se sientan seguros y protegidos. Crecer en una familia donde hay violencia doméstica impide ese derecho, por lo tanto la violencia debe detenerse.
La segunda de ellas, es que los niños sepan que hay adultos que van a creer en ellos, que los van a escuchar y los van a proteger. Los adultos que trabajan con niños, ya sea profesores, psicólogos, psicopedagogos o familiares deben conocer las necesidades de los niños y saber qué hacer en caso de detectar violencia doméstica. El contar con un adulto los ayuda a reducir el estrés de vivir en una casa violenta. Los niños necesitan saber que no están solos y que no tienen la culpa de los hechos violentos.
La tercera de ellas, es que los niños continúen con sus rutinas como por ejemplo ir al colegio o actividades extraprogramáticas. Continuar las rutinas les permite sentirse que no están solos, y que existe una red de apoyo que los estará monitoreando.
La cuarta acción es que los niños deben saber que cualquier tipo de violencia no corresponde y aprender formas de resolución de conflictos alternativas que no sean violentas.
Finalmente, la última acción es que los niños necesitan que los adultos rompan el silencio del círculo de la violencia, y que ésta no sea invisibilizada.