Cambios Emocionales Durante Pandemia

Estamos enfrentando una pandemia, algo que a ninguno de nosotros nos había tocado vivir. Por lo mismo, al ser algo desconocido, podríamos estar sintiendo emociones que son totalmente esperables: miedo, ansiedad y desgano, que a su vez, también afectan nuestras conductas.

 

Nos hemos visto obligados a enfrentar nuevas formas de relacionarnos, que han modificado nuestras dinámicas familiares y sociales. Los padres hemos estado expuestos a numerosos cambios (teletrabajo, suspensión de clases de los hijos, pérdida de trabajo, problemas de pareja, sensación de inseguridad y miedo, entre otros) que en alguna medida han trastocado nuestras vidas, alterando para bien o para mal, la dinámica con nuestros hijos. Todo esto además, sin contar con redes de apoyo de manera física.

 

El estar en casa en cuarentena, ha dificultado tener espacios a solas para uno (ya sea para trabajar o para el autocuidado), lo que podría repercutir en nuestro ánimo. Es importante validar y aceptar nuestros estados emocionales, como fatiga, tristeza y desgano, los que pueden verse reflejados también en nuestra relación con nuestros hijos. Podemos estar mostrando mayor irritabilidad hacia ellos e incluso llegar a amenazas, castigos o gritos que no sólo no concuerdan con nuestros estilos de crianza sino que podrían acercarse riesgosamente a patrones interaccionales de maltratro, por medio de amenazas, castigos o gritos que no concuerdan con nuestros estilos de crianza. En época de estrés, puede que nuestras respuestas no sean las más adecuadas cuando el niño nos necesita, por lo que es fundamental hacernos conscientes de esto y pedir ayuda si nos estamos sintiendo sobrepasados.

 

En base a lo anterior, es importante estar informados acerca del grado de estrés que es esperable en situaciones de catástrofe y cuándo se requiere de apoyo profesional. Por un lado, está el estrés positivo o eustrés, el cual genera una activación emocional y permite que realicemos acciones que nos ayudan a defendernos y cuidarnos de los riesgos. Así es como nos permite enfrentarnos a los problemas y estar alertas con una cierta estabilidad emocional. Por otro lado, el estrés negativo, es aquel que puede transformar el miedo o la preocupación en pánico o ansiedad generalizada.

 

Cuando nos encontramos en situación de pánico, hay una excesiva preocupación por la salud propia o del círculo más cercano, y cualquier síntoma por mínimo que sea, es considerado como una señal inequívoca del virus, lo que interfiere en nuestra vida diaria. Son preocupaciones difíciles de controlar, las cuales pueden tener como base los siguientes pensamientos negativos:

 

-Sentimiento de vulnerabilidad y falta de seguridad: “No me siento seguro en casa, cualquier persona puede contagiarme”.

 

-Problemas relacionados al control y eficacia: “No puedo hacer nada, soy inútil y estoy indefenso”.

 

-Responsabilidad de contagio: ”Soy una mala persona, contagié a un familiar”.

 

Además se observan: alteraciones en el sueño, dificultades para concentrarse, fatiga, falta de energía, dificultades en la memoria, irritabilidad y/o consumo excesivo de sustancias.

 

A continuación, les mostramos algunas emociones que pueden ir surgiendo en este periodo:

1. Miedo: es una emoción fundamental para defenderse y sobrevivir, porque si no sentimos miedo, no podemos salvarnos de los riesgos a los que estamos expuestos. Una pequeña dosis de miedo es necesaria para activarnos y seguir los consejos que las autoridades nos dan. El miedo puede observarse por ejemplo, cuando uno va al supermercado y compramos más de lo que necesitamos o tener conductas de congelamiento y no tener ánimo de hacer nada.

 

2. Ansiedad: el miedo también se puede transformar en ansiedad generalizada (por ejemplo sentir que nos vamos a contagiar teniendo un contacto mínimo con otra persona), lo que puede llevarnos a experimentar hipocondría, dificultades para dormir, mayor apetito, irritabilidad, pensamientos negativos, dificultad para concentrarse, necesidad de mayor control, angustia, entre otros.

 

3. Rabia: la rabia es una emoción parecida al miedo, puede salvarnos de situaciones peligrosas o amenazantes, nos activa y ayuda a defendernos. Lo complejo de la rabia es el cómo la expresamos. Puede surgir como reacción a la conducta no empática de otros. Por ejemplo, cuando vemos en la noticias personas que no respetan las indicaciones de las autoridades médicas, o cuando vemos a las personas minimizar los riesgos de la pandemia. La rabia también puede emerger cuando nuestros hijos no obedecen, porque dada la sensación de falta de control en general, el sentir que no podemos controlarlos ni siquiera a ellos, puede hacernos enojar y explotar.

 

4. Tristeza: la tristeza o pena es una emoción que surge ante eventos dolorosos de pérdidas, incluyendo desde el incumpimiento de nuestras expectativas, hasta situaciones donde perdemos a un ser querido. ¡Nuestra vida cambió de un minuto a otro! por lo que nuestros planes para el 2020 se vieron alterados dramáticamente. Esto puede causarnos pena dado que no pudimos llevar a cabo muchos de nuestros proyectos. La tristeza puede manifestarse de múltiples formas, por ejemplo en una disminución en el apetito, falta de ánimo y energía, llanto, querer estar solo, entre otros. Tenemos que preocuparnos cuando la pena la transformamos en rabia e irritabilidad. Muchas veces no queremos mostrarnos vulnerables, por lo que es más fácil expresar esa tristeza mostrándonos rabiosos.

 

Los niños también sienten emociones similares a los adultos, pero pueden manifestarlas de distintas formas. Es importante mencionar que los niños han tenido un gran cambio en sus rutinas. Ya no tienen la interacción social y estructura que entrega el colegio, y por otro lado, los padres no están tan disponibles para contenerlos y orientarlos, ya que tienen que sostener responsabilidades laborales y escolares. Además, los padres deben lidiar con el estrés propio de la situación, como la afectación financiera, sobrecarga de funciones, temores a los contagios, efectos psicológicos del encierro, por sólo mencionar algunos. A esto se suma, que los niños muchas veces han tenido menos oportunidades de afrontar la crisis, por lo tanto menos recursos de adaptación ya que manejan información limitada de lo que ocurre y son, en parte, dependientes del estado emocional de los padres.

 

Por lo anterior, podrían estar presentando algunos síntomas tales como:

-Rabia e irritabilidad, que habitualmente se expresa hacia los integrantes más cercanos en la familia, frustrándose por pequeñas cosas.

 

-Aburrimiento

 

-Falta de energía

 

-Miedo: se apegan más a los padres, se pueden sentir inseguros y ansiosos.

 

-Mayor necesidad de atención de los padres.

 

-Conductas difíciles: más pataletas, oposicionismo, negativismo, se pueden volver muy quejumbrosos, molestar más a los hermanos, etc.

 

-Dificultades para conciliar el sueño: más despertares en la noche, pesadillas y alteraciones en los patrones habituales del sueño.

 

-Aumento o disminución del apetito.

 

-Conductas regresivas, tales como volver a usar pañales, querer usar chupete, dormir con los papás, hablar como guagua, entre otras.

 

Para afrontar las crisis, una vez que logramos asimilar que estamos en una situación anormal, nueva y potencialmente angustiante, es importante como padres hacer un plan de afrontamiento para adaptarnos como familia. Todos necesitamos tener una sensación de control y aunque existe mucha incertidumbre, un plan de ayuda permite hacer frente la adversidad,lo que permite reducir la angustia. Lo anterior, requiere de planificación, toma de decisiones (aún cuando no disponemos de toda la información necesaria), y para ello intentar sostener un clima emocional de calma. La ansiedad es tremendamente contagiosa, al igual que la calma, y por lo tanto es importante, aunque no lo logremos todas las veces, intentar buscar formas activas de regular la ansiedad y sentirnos mejor. Para armar el plan de afrontamiento les entregamos algunas sugerencias:

 

-Mantener rutinas ayuda a aumentar la percepción de control y predictibilidad

 

-Momentos de conexión con los niños: buscar espacios de comunicación de emociones y necesidades mediante la identificación de ellas y el juego.

 

-Normalizar el posible malestar o emociones desagradables de los niños, acoger y empatizar. A la vez mantener límites y normas claras frente a la conducta inapropiada como lo harían normalmente.

 

-Practicar deporte y ejercicios, en lo posible generar participación de los hijos.

 

-Mantener una mirada compasiva hacia nosotros mismos y a los demás integrantes de la familia y de aceptación a lo que no podemos controlar o está fuera de nuestras manos. No exigirse tanto, agradecer todo lo que ya se está logrando y regular las expectativas a la realidad actual.

 

-Desarrollar prácticas de mindfulness, meditación y/o respiración para regular los estados emocionales del momento.

 

Si es necesario, puede ayudar dividirse funciones y roles en la familia para el mantenimiento de las funciones domésticas, buscando equilibrio y participación de todos los integrantes, en función de un trabajo colaborativo (acorde a las edades).Lo anterior son sugerencias para incluir en los planes de afrontamiento familiar, entendiendo que no existen recetas que se apliquen a todos por igual. Sin embargo, algo que sí se puede generalizar es que una crisis siempre nos afecta de alguna u otra manera, y frente a ello existe la opción de salir fortalecidos acorde a las decisiones que tomemos.

 

Equipo Transiciones info@transiciones.cl